Durante estas vacaciones hemos vuelto a mi tierra, como casi todos los años, para ver a mi familia. Estuvimos en la aldea, donde pasé tanto tiempo de la infancia -ya de adolescente dejé de ir; sólo por las fiestas- haciendo todo tipo de locuras y gamberradas.
Allí siempre ha estado y estará la casa de mi abuela materna, aunque ahora sólo lo parezca por fuera, puesto que mi tío la ha reformado entera -la verdad es que era necesario-. Ellos son los que han vivido en ella desde que mi abuela nos dejó hace ya bastantes años, y quienes la disfrutarán desde que es nueva. Pero queda un rincón que está prácticamente igual que antes, en la cocina, el destinado a la "lareira" (lugar donde se enciende el fuego de leña). Conservan el horno, la alacena, los taburetes de madera... y contemplándolo, en silencio, casi pude ver a mi abuela sentada en uno de ellos, en su sitio, al lado del fuego y delante de la puerta de la alacena, quieta, pensativa, como solía estar en los lluviosos días de invierno, vestida de luto riguroso que guardó prácticamente hasta su muerte, y porque le insistieron muchísimo para que dejase el color negro -aceptó ponerse tonos grises, ¡qué "jodía"!-.
No suelen asaltarme a menudo los sentimientos de este tipo, y cuando lo hacen, normalmente me los callo. No obstante, éste es especial, se lo debo a ella, porque quizá no la quise en vida como tenía que haberla querido; porque era mi abuela, mi madrina, y ella sí demostraba su cariño amor por mí, a su manera de típica y clásica abuela de las de antes. Puedo tratar de achacarlo a que de niño no te gusta que todo el mundo quiera darte besos cuando te ven, y menos aún cuando provienen de personas mayores, pero lo cierto es que no fui con ella como tendría que haber sido.
Ahora, ya adulto, me doy cuenta de ello, y sólo puedo recordarla en algunas ocasiones, siempre estando en su tierra, donde descansa, llena de paz y armonía como cuando estaba viva. Te quiero, abuela.
Hace 7 años
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